Medios de
transporte
Es un caos
que no solamente atora el tiempo de cada uno de nosotros, sino que las mentes
se encajonan dentro del embotellamiento, provocándonos la ira y el deseo
insatisfecho de tener alas y salir volando.
Y esto me ha
ocurrido ayer por la mañana, cuando camino hacia el domicilio de una querida
amiga que me invitó a comer y después a lo que fuera, me vi inmerso en uno de
esos atascos interminables de larga duración ¡Tuve que soportar tres horas de
retenciones para recorrer 20 kilómetros! Juré en hebreo, maldije en cristiano y
los botones de la camisa saltaron por si solos aprovechando mis profundas
respiraciones.
Pero no todo
estaba perdido, ya que en ese tiempo de espera y escenificando los deseos de
volar, reflexioné profundamente para resolver uno de los problemas más acuciantes
de la civilización ésta de mierda. Comprendí que en el transporte aéreo,
individual y autónomo de cada persona, estaba el futuro de los viajes. Calculé a
groso modo la posibilidad de inventar un artilugio que dotado de anti-gravedad,
pudiese levitar sobre el suelo a una altura suficiente para darle la propulsión
necesaria y de ese modo conseguir su desplazamiento.
La
continuación era sencilla acoplando en su parte trasera un ventilador — ¿de
esos pequeñitos que venden en los chinos? —, pues de esos, considerando que
sería suficiente fuerza de empuje para desplazar el artilugio y convertirlo en
medio de transporte. Apurado por la urgente necesidad de llegar a mi
laboratorio para iniciar los experimentos precisos, comí deprisa con mi amiga,
a la que dejé con dos palmos de narices y la boca abierta, ya que no terminaba
de creerse que la dejara a medio festín.
Todo el
personal de laboratorio —incluido el botones— estuvo pendiente de las explicaciones
que magnánimamente repartí entre ellos, aconsejándoles y sugiriéndoles el
camino a seguir. Inmediatamente se pusieron a buscar en las tablas de surf que
aporté, los protones y neutrones que nos llevarían a la localización de los
electrones, para eliminarlos y así dejar sin fuerza gravitatoria a cada una de
ellas.
Pero como
eran muchos los átomos a desguazar, tomé la decisión de eliminar los que se
pudieran y acoplar en su lugar el Anti-Gravitón, conociendo que la antipartícula del Gravitón es la
responsable de la interacción atractiva. El resultado fue espléndido ya que en
el anochecer se consiguió la primera “tabla de surf levitante”, manteniéndose a
una altura aproximada de 1 metro. Ordené que continuasen las investigaciones
durante toda la noche y corrí hacia mi casa, donde sabéis me gusta experimentar
por mi cuenta los inventos estos raros míos.
Con la
ilusión de un cadete me puse el pijama y las chanclas y colocado la tablita de
surf en el centro del salón para iniciar la primera prueba sobre el prototipo. Pasé
una pierna por encima de la tablita y con extraordinaria habilidad me monté
sobre ella a horcajadas como si de un caballo se tratase. Pero claro, resulta
que no habíamos contado con el peso del jinete a la hora de poner el
Anti-Gravitón y aunque el prototipo intentó mantener el “tipo” al final se fue
al suelo de repente, con tan mala fortuna, que mi cabeza chocó contra una de
las esquinas de la mesa bajita esa de mierda del salón, provocándome un intenso
mareo y una hemorragia craneal que me obligó a ponerme mercromina y a vendarme
la cabeza con una camiseta de verano ya que no tenía ningún vendaje en el botiquín.
Como
solución inmediata, ya que no quise dejar pasar más tiempo de prueba, se me
ocurrió que si conseguía compensar mi peso con unos globos inflados con helio,
conseguiría levitar y poderme desplazar por la casa gracias al pequeño
ventilador de dos velocidades que había comprado en el chino del barrio.
Tenía todos
los elementos en casa, ya que dispongo de una bombona de helio —no sé para que—
y un montonazo de globos de la última fiesta que hicimos en el Imserso; me puse
manos a la obra y en un breve espacio de tiempo conseguí los globos necesarios,
calculando matemáticamente que necesitaría diez globos por cada 30 kilos de
peso, por lo que el número total de globitos sumó la cantidad de 25. Uní todos
los cordelitos que pendían de ellos y los coloqué en mi torso como si de un
arnés se tratase, dándome cuenta de la fuerza que tenía que imprimir a mis
músculos para que no me elevaran en el aire. Sin embargo, cuando monté sobre la
tablita de surf, esa fuerza desapareció gracias al Anti-gravitón.
¡Lo había
conseguido…! Me encontraba en medio del salón, montado sobre el prototipo a una
altura del suelo de 1 metro, con un montón de globos por encima de mí y
dispuesto a probar su propulsión y manejo, gracias al ventilador y el timón de cola
que previamente le había insertado. Algo me dolía la cabeza, aunque no sabía si
era por el golpe recibido o por la presión de la camiseta que había puesto en
mi cabeza y apretado hasta todo y que me tenía los sesos asfixiados y ahogadas
las neuronas.
Pero feliz y
contento puse en marcha la primera velocidad del ventilador, viendo como
gracias a su impulso, la tablita avanzaba decidida hacia la dirección que le
marcaba con el timón de cola. Di una vuelta completa al salón e ilusionado con
el resultado, decidí dar un recorrido por toda la casa para afianzarme en la
realidad del invento. Pero cuando enfilé hacia la puerta de comunicación con el
resto de la casa, hube de pasar por el centro del salón sin darme cuenta de que
la lámpara de catorce brazos que lo alumbra y comprada por el expreso capricho
de mi ex esposa —manda huevos—, tiene unos pinchitos en las bolitas que le
adornan y que se incrustaron en los globos flotantes, provocando con ello la
salida del gas.
No fue una
salida lenta y suave, sino esa salida brusca y enérgica —como cuando inflas un
globo a reventar y lo sueltas en el aire para que salga disparado chocando
contra todo lo que se le pone por delante—... pues esa. Salí por la puerta del
salón, si, pero la camiseta que me había servido de venda para mi cabeza, se
quedó incrustada en su cerco junto a un trozo de mi cuero cabelludo y fui
rebotando por las paredes del pasillo hasta colarme en la habitación de
matrimonio donde perdí la tablita de surf. La continuación no se puede contar,
pero como los globitos los tenía fuertemente acoplados a mi torso en forma de arnés,
no conseguí quitármelos y tuve que sufrir las consecuencias de esa fuerza de
tracción hasta que se desinflaron del todo.
Tengo tres
roturas en la pierna derecha, me han colocado el brazo izquierdo en la espalda
hasta que suelden los desperfectos de la clavícula. Un collarín adorna mi
cuello; la cara parece el mapa del tesoro de Barba-roja y las siete costillas
rotas no me dejan respirar. Escayolados los cinco dedos de la mano derecha e
insertado el fémur de la pierna izquierda que lo perdí en la cocina. Tantas
magulladuras habitaban en mi cuerpo, que los médicos querían vendarme
completamente como una momia, a lo que yo, con la energía que me caracteriza,
me negué.
Pero estoy
satisfecho y muy ilusionado ya que cuando dos días después me encontraron en
una esquina del salón, enterrado bajo los restos de los globitos, había
respirado la totalidad del gas helio, el cual me facilitó la visión de un mundo
casi perfecto, donde el hombre había conseguido eliminar una de las peores
taras de la moderna civilización, trasladándose de un lugar a otro montado en
tablitas de surf, en vuelos precisos y ajustados a cada necesidad.
Estoy
deseando que me retiren la ortodoncia colocada en mi dentadura y la escayola
adosada a la mandíbula, para poder hablar y comunicar a los ingenieros las
modificaciones que mi mente y mi experiencia han elucubrado para una navegación
segura.
Ya os
contaré.
PD. Se me
olvidaba deciros que en la oreja izquierda no tengo ni una sola magulladura, ni
arañazo, ni nada de nada… ¡Estoy feliz…!
Dórigo Alegezzo
Nota: Todos
los derechos de autor, debidamente protegidos en El Registro de la Propiedad
Intelectual de Madrid.
Donde se deja ver la inventiva del hombre...
Código: 1303054716361
Fecha 05-mar-2013 11:56 UTC
Fecha 05-mar-2013 11:56 UTC