El viejo
y la flor
Camina
lentamente, con paso tardío y tembloroso. Se apoya en su bastón, compañero
inseparable desde hace años. No suele salir a la calle salvo en contadas
ocasiones, pero los domingos no deja de hacerlo porque espera visita. Y aunque
no lo parezca, camina más rápido que ningún otro día, ya que se ilusiona como
un niño chico por la llegada del autobús. Piensa que cuando lleguen y en el
regreso hacia su casa, pararán en el horno del pueblo, y si hay suerte, podrá
comprar un kilo de pasteles para agradarlos.
Sonríe al
recordar el día que se enamoró de ella. Estaba sentada en medio de un campo de
amapolas y su melena colgaba sobre los hombros hasta casi la cintura. Cuando escuchó sus pasos
volvió la cabeza, sin asombro en la cara y con una sonrisa que le partió el
corazón.
Orquídea se
llamaba y era la mujer más hermosa que nunca hubiera conocido. Los ojos negros
y su piel morena. Sus piernas largas y la tierna voz.
— Ya no
quiero otra flor que no sea la tuya —le decía emocionado.
— Eres mi
flor preferida, la única que mis ojos ven y la que mis sentidos desean —le
contaba turbado.
Hizo una
pausa en su caminar y en sus recuerdos.
— “Tengo que arreglar las ruedas de los patines y
cambiar el filtro del café —se quejaba, incómodo por tener esos pensamientos que
le alejaban de su ensoñación”
Después
llegaron los hijos, dos hembras y dos varones, hermosos y sanos como su madre,
guapos y exigentes como ella, como la flor que alumbraba su vida, como la
hermosa mujer que cedió el rubor a su destino.
Había
llegado a la parada del autobús y se sentó en el banco que se cobijaba bajo su
techado. Puso el bastón entre las piernas y apoyó sus manos en la empuñadura,
mirando desafiante hacia el horizonte donde la carretera desaparecía de su
vista. La alegría se reflejaba en su semblante y hasta parecía que la piel de
su cara hubiese estirado, dándole un aspecto más juvenil.
— “Que no se me olvide felicitar a El Páncreas por su
cumpleaños —pensaba en la espera— y decirle que he visto uno de sus guarros
caminando por la carretera ¡Este hombre…!”
Pasaron los
años y jamás pensó en llegar a viejo. Tanto trabajo y tanto esfuerzo para
alimentar a sus hijos y darles educación y buenas maneras.
Aún
conservaba buena vista y sus ojos se alegraron al ver aparecer en el horizonte
el autobús de llegada. Impaciente, se puso en pie y su bastón comenzó a golpear
el suelo insistentemente en signo de inquietud. Vio como se acercaba y su
sonrisa se abrió esplendorosa cuando la puerta de acceso dejó al descubierto su
interior. Dio dos pasos vacilantes hacia ella esperando ver la visita deseada,
pero como siempre, nadie bajó del autobús.
Su cara
reflejó fastidio y tuvo que sacar el arrugado pañuelo de su bolsillo para
enjugar una lágrima que hería sus ojos como si de un ácido se tratase. Sonó la nariz
y lo retornó a su lugar, exhalando un hondo suspiro que algo le tranquilizó.
— “Otro domingo más… bueno, a lo mejor el próximo…”
Regresó
hacia casa con su lento y tembloroso caminar, mirando muy bien donde ponía los
pies.
— “Tengo que llamar a Sol y decirle que estoy bien, no
se vaya a preocupar…”
Ya no
recordaba el día que le abandonaron sus hijos, ni cuando murió aquella flor…
Dórigo Alegezzo
Nota: Todos
los derechos de autor, debidamente protegidos en El Registro de la Propiedad
Intelectual de Madrid.
Turbulencias de una vida...
Código: 1402180178637
Fecha 18-feb-2014 13:37 UTC
Licencia: All rights reserved
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