viernes, 30 de noviembre de 2018

El viejo y la flor


El viejo y la flor


Camina lentamente, con paso tardío y tembloroso. Se apoya en su bastón, compañero inseparable desde hace años. No suele salir a la calle salvo en contadas ocasiones, pero los domingos no deja de hacerlo porque espera visita. Y aunque no lo parezca, camina más rápido que ningún otro día, ya que se ilusiona como un niño chico por la llegada del autobús. Piensa que cuando lleguen y en el regreso hacia su casa, pararán en el horno del pueblo, y si hay suerte, podrá comprar un kilo de pasteles para agradarlos.
Sonríe al recordar el día que se enamoró de ella. Estaba sentada en medio de un campo de amapolas y su melena colgaba sobre los hombros hasta  casi la cintura. Cuando escuchó sus pasos volvió la cabeza, sin asombro en la cara y con una sonrisa que le partió el corazón.
Orquídea se llamaba y era la mujer más hermosa que nunca hubiera conocido. Los ojos negros y su piel morena. Sus piernas largas y la tierna voz.
— Ya no quiero otra flor que no sea la tuya —le decía emocionado.
— Eres mi flor preferida, la única que mis ojos ven y la que mis sentidos desean —le contaba turbado.
Hizo una pausa en su caminar y en sus recuerdos.
— “Tengo que arreglar las ruedas de los patines y cambiar el filtro del café —se quejaba, incómodo por tener esos pensamientos que le alejaban de su ensoñación”
Después llegaron los hijos, dos hembras y dos varones, hermosos y sanos como su madre, guapos y exigentes como ella, como la flor que alumbraba su vida, como la hermosa mujer que cedió el rubor a su destino.
Había llegado a la parada del autobús y se sentó en el banco que se cobijaba bajo su techado. Puso el bastón entre las piernas y apoyó sus manos en la empuñadura, mirando desafiante hacia el horizonte donde la carretera desaparecía de su vista. La alegría se reflejaba en su semblante y hasta parecía que la piel de su cara hubiese estirado, dándole un aspecto más juvenil.
— “Que no se me olvide felicitar a El Páncreas por su cumpleaños —pensaba en la espera— y decirle que he visto uno de sus guarros caminando por la carretera ¡Este hombre…!”
Pasaron los años y jamás pensó en llegar a viejo. Tanto trabajo y tanto esfuerzo para alimentar a sus hijos y darles educación y buenas maneras.
Aún conservaba buena vista y sus ojos se alegraron al ver aparecer en el horizonte el autobús de llegada. Impaciente, se puso en pie y su bastón comenzó a golpear el suelo insistentemente en signo de inquietud. Vio como se acercaba y su sonrisa se abrió esplendorosa cuando la puerta de acceso dejó al descubierto su interior. Dio dos pasos vacilantes hacia ella esperando ver la visita deseada, pero como siempre, nadie bajó del autobús.
Su cara reflejó fastidio y tuvo que sacar el arrugado pañuelo de su bolsillo para enjugar una lágrima que hería sus ojos como si de un ácido se tratase. Sonó la nariz y lo retornó a su lugar, exhalando un hondo suspiro que algo le tranquilizó.
— “Otro domingo más… bueno, a lo mejor el próximo…”
Regresó hacia casa con su lento y tembloroso caminar, mirando muy bien donde ponía los pies.
— “Tengo que llamar a Sol y decirle que estoy bien, no se vaya a preocupar…”
Ya no recordaba el día que le abandonaron sus hijos, ni cuando murió aquella flor…



Dórigo Alegezzo
Nota: Todos los derechos de autor, debidamente protegidos en El Registro de la Propiedad Intelectual de Madrid.



Turbulencias de una vida...
Código: 1402180178637
Fecha 18-feb-2014 13:37 UTC
Licencia: All rights reserved

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