sábado, 7 de mayo de 2011

Érika VII

   Érika VII…

Mi mirada se dirigió a la puerta con la letra “A” y después a la cara de Érika.
Estaba apoyada en la pared, con las manos detrás de ella y los ojos abiertos, muy abiertos, casi tanto como su boca.
--¡Dios mío!, ¡Dios mío!, ¡cómo puede ser!
El llanto en el que rompió  hizo serenar mi desequilibrio.
La hubiera abrazado y besado por toda la cara y la habría colmado de palabras tranquilizadoras para que dejara de sufrir.
--Pero… ¿qué ocurre Gloria?, ¿porqué te pones así?...
Trataba de contener su llanto.
--¡Me he dejado las llaves dentro!
Soy consciente de que mi serenidad es muy potente cuanto más difíciles son las situaciones en las que me meto y ésta ocasión era una de ellas.
Sin moverme del dintel donde me había apoyado, traté de ayudarla.
--Bueno, exclamé con desenfado, pero eso es algo que tiene arreglo, se llama a un cerrajero y enseguida vendrán a abrirla. No debes preocuparte.
Era como si mis palabras hubieran abierto aún más su herida.
Su llanto se multiplicó por varios y me pregunté a mi mismo: ¡Joder!, ¿qué he dicho?
--¡No tengo dinero!,  ¡en el aeropuerto me han robado todo lo que tenía!
Te quedas pensativo, las desgracias nunca llegan solas.
--Ya, pero eso tampoco tiene importancia; yo tengo dinero y si tú me lo permites pues  lo pagaría yo.  Ya me lo devolverías.
Se tranquilizó un poco y mirándome como al único hombre que la pudiera sacar de su catástrofe (eso es lo que yo me creía), me dijo:
--Ya, pero ¿desde dónde llamo?  y hasta que venga,  ¿qué hago?
Un nuevo ímpetu en su llanto hizo que la ternura se derramase en mi interior, impeliéndome de nuevo a abrazarla.
Con toda la tranquilidad que un hombre puede demostrar en esos momentos, sin moverme del sitio donde me apoyaba, sugerí:
--Bueno Gloria, mi casa está a tu disposición, podemos pasar y sentarnos en el salón  y desde allí llamamos a todos los cerrajeros del mundo.
Mi sonrisa trataba de resultar agradable y tranquilizadora a imagen y semejanza de las de Clark Gable en las películas que le había visto.
--Pero Carlos, si no nos conocemos de nada y… y tú  me estás ofreciendo  tu casa y  tu dinero.
--Mira, la dije, trato de ayudarte y si me dejas lo haré, soy una persona bastante conocida por mi trabajo y te puedo asegurar que conmigo vas a estar protegida y ayudada en todo momento.
--Pero, continué, si tienes otra solución que te apetezca más, como que conozcas a alguien en Madrid y quieras irte a su casa, yo te llevaría encantado, o  cualquier otra cosa que me pidas, no sé.
--No conozco a nadie en Madrid y junto con el dinero también se han llevado mi documentación y mis tarjetas de crédito y  ¡Dios mío!, todo,  ¡se lo han llevado todo!
Continuaba apoyado en el mismo sitio, había cruzado los brazos en un gesto de impotencia y pensaba que si tuviera a mano al que la había despojado de sus pertenencias, haría que se arrepintiese durante toda su vida.
Nuevamente el desenfado apareció en mi rostro y sonriendo, pero sin realizar ningún gesto que la pudiera sobresaltar, la dije:
--Bueno, pues entonces no te queda más remedio que aceptar mi invitación o si quieres paso a llamar por teléfono y vuelvo a salir aquí, nos sentamos en el suelo y esperamos hasta que llegue el cerrajero.
--Anda  pasa, continué, que dentro estaremos más calientes.
Mi gesto y mis palabras de invitación ayudaron a que Érika entrara en casa. Después comprendí que también el frío que estaba pasando ayudó a ello.

Dórigo Alegezzo

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