Desde mi pequeño espacio
Escucho su llegada y me alegro de ello, ya que llevo toda la mañana solo y
aunque la percepción que tengo de las cosas es distinta —puesto que mi mente se
ha habituado al espacio—, aún me doy cuenta que la soledad no es tan buena como
dicen. Quizá me encuentre bien durante un rato, pero después necesito que
alguien me escuche, que alguien halague mis palabras, aunque sean etéreas y no
consigan ser interpretadas por quienes las perciban.
Oigo como discuten entre ellos. El problema se suscita por la necesidad de
la hija mediana, Deseada. Tiene 16 años y exige algo más de libertad en su
vida. Hasta ahora se ha conformado con sus salidas habituales de niña-pija,
pero ya quiere demostrar sus habilidades como mujer-pija. Desganado, es el
mayor —y haciendo referencia al libro “Los Curas Comunistas”—, es el mayor
sinvergüenza de la familia, respetando a sus padres por supuesto. El hermano
pequeño de tan solo diez años, es insignificante
para ser nombrado aquí.
La secretaría particular de D. Patético, el padre, llama por teléfono y una
vez más escucho cosas que atolondran mi pequeño cerebro. Son amantes desde el
principio —ya hace cinco años— y el aborto exigido por él, hace que se derrame
en lágrimas.
La ventana está abierta y Agresiva, la vecina de enfrente, está asomada a
la suya. A Patético se le pone de punta cada vez que la ve y corre hacia ella
para charlar un rato. Es una charla grosera y soez, llena de envites, que
preveo se conviertan en órdagos en cualquier momento.
Santificada, la madre, está liada con el dueño de una tienda de ropa quince
años menor que ella. Claro, es que con los años que tiene cualquiera puede ser
“menor que ella”
Me han situado en la esquina del hermoso salón de la vivienda. Su techo, de
una altura cercana a los cinco metros, es mi anhelo más deseado y sus cincuenta
metros de espaciosa habitabilidad se han convertido en el sueño de mi vida. En
este salón he visto las escenas más obscenas, angustiosas, deplorables,
míseras, indignas e indignantes que unos ojos cualquiera pudieran observar.
Pero la más desagradable de todas ellas, fue la que protagonizaron Patético
y su madre Magnánima. En ella se reflejó el preámbulo de una de las peores desgracias
que un ser humano pueda vivir en sus últimos momentos. Patético, enviaba a su
madre a una residencia de ancianos, argumentando para ello las múltiples tareas
que agobiaban su vida.
Esta señora me hacía compañía, escuchaba mi canto diario y contestaba a mis
palabras con amor y cariño. Era la encargada de darme de comer y beber y
siempre pasábamos buenos ratos juntos.
A partir de su marcha es Deseada la que se encarga de esas tareas. Pero no
lo hace igual, incluso golpea mi cabeza alguna que otra vez con su dedo índice,
como queriendo castigar mi deseo de comer y beber. Y por supuesto las palabras
que me dirige no son para ser respondidas.
Pero como es gilipollas, siempre se deja la puerta abierta y yo aprovecho
la oportunidad para escaparme y revolotear en medio de mis anhelos, alcanzando
las cumbres más altas de ellos. Después regreso y vuelvo a mi lugar, ya que si
me descubren, terminarán cazándome y dándome la merecida muerte que ellos
consideren.
Hoy es domingo y se han marchado a la misa acostumbrada, en la que a la
salida darán buena muestra de su religiosidad, la purificación de sus almas y
la unión indestructible de su amor familiar.
Patético, mirará con la baba resbalándole por la comisura de sus labios a
Agresiva y Santificada, gestará un mohín de desesperanza a su amante.
Estoy contento, son dos horas de libertad absoluta, en las que puedo volar
y volar y seguir volando de esquina a esquina del salón, posándome donde me
place y gritando mi alegría a los cuatro vientos.
Me he subido a lo más alto del techo, en el reborde de la cenefa que lo
embellece y obtengo así una maravillosa vista del amplio
salón.
Además, desde aquí, me puedo cagar en quien yo quiera.
Me he introducido en la jaula del jilguero y he vivido durante 6 meses en
su interior. He hecho bien, ya que he descubierto cosas que antes desconocía de
mi familia. Cosas que además de erizarme el cabello, me han enseñado la
realidad de la vida.
Soy Ernesto… el hijo menor…
Dórigo Alegezzo
Nota: Todos los derechos de autor, debidamente protegidos en El Registro de
la Propiedad Intelectual de Madrid.
Donde se percibe la penuria del ser
humano...
Código: 1302064552440
Fecha 06-feb-2013 17:14 UTC