martes, 10 de noviembre de 2015

Desde mi pequeño espacio



Desde mi pequeño espacio



Escucho su llegada y me alegro de ello, ya que llevo toda la mañana solo y aunque la percepción que tengo de las cosas es distinta —puesto que mi mente se ha habituado al espacio—, aún me doy cuenta que la soledad no es tan buena como dicen. Quizá me encuentre bien durante un rato, pero después necesito que alguien me escuche, que alguien halague mis palabras, aunque sean etéreas y no consigan ser interpretadas por quienes las perciban.

Oigo como discuten entre ellos. El problema se suscita por la necesidad de la hija mediana, Deseada. Tiene 16 años y exige algo más de libertad en su vida. Hasta ahora se ha conformado con sus salidas habituales de niña-pija, pero ya quiere demostrar sus habilidades como mujer-pija. Desganado, es el mayor —y haciendo referencia al libro “Los Curas Comunistas”—, es el mayor sinvergüenza de la familia, respetando a sus padres por supuesto. El hermano pequeño de tan solo diez años,  es insignificante para ser nombrado aquí.

La secretaría particular de D. Patético, el padre, llama por teléfono y una vez más escucho cosas que atolondran mi pequeño cerebro. Son amantes desde el principio —ya hace cinco años— y el aborto exigido por él, hace que se derrame en lágrimas.

La ventana está abierta y Agresiva, la vecina de enfrente, está asomada a la suya. A Patético se le pone de punta cada vez que la ve y corre hacia ella para charlar un rato. Es una charla grosera y soez, llena de envites, que preveo se conviertan en órdagos en cualquier momento.

Santificada, la madre, está liada con el dueño de una tienda de ropa quince años menor que ella. Claro, es que con los años que tiene cualquiera puede ser “menor que ella”

Me han situado en la esquina del hermoso salón de la vivienda. Su techo, de una altura cercana a los cinco metros, es mi anhelo más deseado y sus cincuenta metros de espaciosa habitabilidad se han convertido en el sueño de mi vida. En este salón he visto las escenas más obscenas, angustiosas, deplorables, míseras, indignas e indignantes que unos ojos cualquiera pudieran observar.

Pero la más desagradable de todas ellas, fue la que protagonizaron Patético y su madre Magnánima. En ella se reflejó el preámbulo de una de las peores desgracias que un ser humano pueda vivir en sus últimos momentos. Patético, enviaba a su madre a una residencia de ancianos, argumentando para ello las múltiples tareas que agobiaban su vida.

Esta señora me hacía compañía, escuchaba mi canto diario y contestaba a mis palabras con amor y cariño. Era la encargada de darme de comer y beber y siempre pasábamos buenos ratos juntos.

A partir de su marcha es Deseada la que se encarga de esas tareas. Pero no lo hace igual, incluso golpea mi cabeza alguna que otra vez con su dedo índice, como queriendo castigar mi deseo de comer y beber. Y por supuesto las palabras que me dirige no son para ser respondidas.

Pero como es gilipollas, siempre se deja la puerta abierta y yo aprovecho la oportunidad para escaparme y revolotear en medio de mis anhelos, alcanzando las cumbres más altas de ellos. Después regreso y vuelvo a mi lugar, ya que si me descubren, terminarán cazándome y dándome la merecida muerte que ellos consideren.

Hoy es domingo y se han marchado a la misa acostumbrada, en la que a la salida darán buena muestra de su religiosidad, la purificación de sus almas y la unión indestructible de su amor familiar.

Patético, mirará con la baba resbalándole por la comisura de sus labios a Agresiva y Santificada, gestará un mohín de desesperanza a su amante.

Estoy contento, son dos horas de libertad absoluta, en las que puedo volar y volar y seguir volando de esquina a esquina del salón, posándome donde me place y gritando mi alegría a los cuatro vientos.

Me he subido a lo más alto del techo, en el reborde de la cenefa que lo embellece  y  obtengo así una maravillosa vista del amplio salón.

 Además, desde aquí,  me puedo cagar en quien yo quiera.
       
Me he introducido en la jaula del jilguero y he vivido durante 6 meses en su interior. He hecho bien, ya que he descubierto cosas que antes desconocía de mi familia. Cosas que además de erizarme el cabello, me han enseñado la realidad de la vida.

Soy Ernesto… el hijo menor…



Dórigo Alegezzo
Nota: Todos los derechos de autor, debidamente protegidos en El Registro de la Propiedad Intelectual de Madrid.





Donde se percibe la penuria del ser humano...

Código: 1302064552440
        Fecha 06-feb-2013 17:14 UTC

2 comentarios:

  1. Es posble que este dada la fecha lo haya leído pero me ha gustado releerlo y he disfrutado. gracias de nuevo. y si quieres yo tambien tengo mi blog. un abrazo teresa.

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  2. Me alegra mucho verte Teresa, estoy encantado. Mándame la dirección y nos vemos.
    Gracias por estar siempre amiga querida.

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