Recreando
un escenario - (Ensayo)
He
querido reflejar de manera “sui géneris” una forma de crear historias distintas
a las del amor, que ya está bien de escribir siempre sobre lo mismo. Por
supuesto hablo en líneas generales, incluyéndome a mí el primero y no
comprometiendo a nadie por esta razón.
Es un
ejercicio literario que me he montado por mi cuenta, con la inconsciencia que
me distingue y en el que partiendo de la nada, sin inspiración alguna y a solas
con mi ordenador, he recreado como escenario una cafetería moderna, un señor de
50 años sentado en una mesa dispuesto para comer y una mendiga que le pide algo
para sustentarse.
Y comencé a
escribir…
La
Mendiga
— Buenas
tardes caballero.
Sus manos,
entrelazadas sobre el pecho en una actitud sonriente y amable.
— Buenas
tardes señora, respondí incorporándome.
— Le pido
disculpe mi asalto señor, pero no he tomado nada en todo el día y me preguntaba
si un caballero como usted, pudiera invitarme a comer.
Mi rostro no
ejercitó ningún gesto, estaba acostumbrado a las sorpresas y sabía muy bien
como reaccionar. Sopesé todas las alternativas, pero no tuve duda alguna cuando
pregunté:
— ¿Le apetece
sentarse conmigo señora…?
— ¿No le
causaré molestias? —respondió.
Antes de que
hubiese terminado su pregunta, un camarero se acercó a nuestra mesa con la
intención de expulsarla del local, pero intervine diciendo que la dama venía
conmigo.
— Esa es una
de las molestias a las que me refería… ¡Me echan de todos los sitios…! Menos
mal que Dios me asiste y siempre pone en mi camino personas bondadosas.
— No se
preocupe señora, estando conmigo nadie la echará de aquí y si lo hicieran, me tendrían
que echar a mí también —me río—, nos iríamos a comer dos bocadillos en un banco
del parque.
El hielo
estaba roto y nuestras miradas se mostraban cómplices y satisfechas.
Pedimos la
comida y observé sus manos limpias y su rostro suave y terso, libre de arrugas,
a pesar de que su edad debía encontrarse entre los 65 y 70 años.
— ¿Se
preguntará usted que como me encuentro en esta situación?
Hizo la
pregunta en un tono suave y agradable.
— Pues algo
sorprendido si me encuentro la verdad. Veo que es usted una persona educada y
elegante y eso no me permite entender algunas cosas de esta vida.
— Yo creo
que la vida es una lotería y que nuestro destino ya viene marcado desde el
nacimiento.
— No lo se
—respondí—, es posible que nuestro destino esté marcado, pero creo que también
la voluntad y el esfuerzo de cada uno, incide en él.
Me agradaba
su sonrisa amable y placentera.
— ¿A usted
no le ha pasado nunca que todo le saliera mal…? ¿Que hiciese lo que hiciese
siempre había algo que le impedía llegar a su meta…?
— Si, la
verdad es que tuve unos años de infortunio en los que nada me salía bien,
incluso mi matrimonio se vio en peligro. Pero luché con esfuerzo, sacrifiqué mi
vida para conseguir restablecer el equilibrio; tenía dos hijos pequeños a los
que sacar adelante y eso me ayudó día a día en mi esfuerzo. Terminé mis
estudios y conseguí entrar en una empresa importante en la que hoy día mantengo
un puesto que me tranquiliza.
— Tiene
usted razón, el esfuerzo y el tesón son compañeros inseparables del éxito; y
también unos hijos por los que luchar forman una parte importante de ese
evento. Pero lo grave está en que tengas que sufrir una situación semejante
cuando la vida que te queda es menor que la que has vivido y además no tengas
que luchar por nadie. Tus fuerzas ya no son las mismas y el ánimo se desvanece
como las volutas del humo de un cigarrillo.
Me quedé
pensando en sus palabras asintiendo al mismo tiempo con mi cabeza.
— Es cierto
que la edad y los estímulos son importantes a la hora de superar una dificultad
—contesté—, pero creo que a la vida hay que mirarla de frente, se tenga la edad
que se tenga.
Me cautivaba
su sonrisa y la bondad que estaba impresa en sus ojos mientras degustaba el
pescado que le habían ofrecido.
— Me gusta
la fuerza y el ánimo que pone en sus palabras señor, eso le ayudará seguramente
en el desarrollo de sus funciones en el Departamento de Recursos Humanos, donde
con seguridad ejerce como director.
Me quedé
sorprendido por sus palabras y dejando los cubiertos encima de la mesa,
pregunté:
— ¿Cómo ha
adivinado mi trabajo y mi cargo…?
Su sonrisa
continuaba siendo bondadosa y serena.
— Porque yo
trabajé durante 25 años de mi vida en esa empresa, pero siempre lo hice como
FreeLancer y al final —cuando llegó mi edad de jubilación—, simplemente
cancelaron mi contrato y me vi en la calle sin indemnización ni pensión alguna
que me sustentase. El único que luchó por salvar mi situación fue usted, pero
en esos momentos solo era un empleado y no tenía la fuerza que hoy día posee.
— No se
asombre por lo que le digo —continuó—, la casualidad ha hecho que le reconozca
en el transcurso de la comida y como usted muy bien dice, yo siempre miro la
vida de frente, aunque mis ropas y mi apariencia lo desdigan. Por ello y porque
no tengo nada que ocultar de mi vida, me he atrevido a declarar mi
conocimiento.
Era la
primera vez en varios años que estaba realmente sorprendido, no me podía
esperar una situación semejante y traté que mi voz saliera serena y tranquila.
— No la
recuerdo señora, lo lamento. Pero si es cierto que hubo una época en la que de
una manera u otra, se cerraron todos los contratos con los FreeLancer. Y sus
palabras me han recordado la lucha que mantuve durante mucho tiempo por evitar
injusticias, aunque reconozco que no lo conseguí en muchas de ellas. Seguramente
esa postura que adopté, me ayudó posteriormente a conseguir el puesto que hoy
día ocupo.
— No se preocupe
señor, es muy lógico que no me recuerde, ya que han pasado unos cuantos años y
nuestro contacto fue muy corto.
La
conversación continuó por el camino de las casualidades. Se llamaba Amanda y se
tomó un postre enorme, con una mezcolanza de helados y frutas tropicales que
pidió con humildad y “siempre que no fuese muy costoso”
— Hay una
cosa al final de nuestra existencia —me decía en la despedida—, que es muy importante para todos: Que alguien
te recuerde con cariño después de haberte marchado. Yo no he tenido hijos y
tampoco me queda ningún familiar que me vaya a recordar. Me agradaría que se
quedase con esta sortija, es una baratija sin valor alguno, pero pertenecía a
la madre de mi madre y la he llevado puesta toda mi vida. Necesito que cada vez
que abra el cajón donde la tenga guardada, me recuerde con el mismo cariño y
respeto con que yo se la entrego a usted. Además es un talismán de la buena
suerte y el resultado lo verá enseguida.
Un mes
después fui nombrado consejero-asesor en mi empresa; mi hijo menor aprobó con
una excelente nota la selectividad y mi esposa me dijo en un momento de pasión,
que el carnet de nuestro amor había caducado, pero que ya lo había renovado
para otros cien años en la tierra y toda la eternidad en el más allá.
Tengo 68
años y estoy jubilado desde hace uno. Escribo en desahogo necesario para mi
espíritu, ya que el recuerdo de Amanda llega a mi frente muchas más veces de
las que abro el cajón donde resguardo su “baratija”
Al día
siguiente de nuestro encuentro pedí que me trajeran su expediente para saber
algo más de ella, y después de sus datos personales, comencé a leer:
Licenciada
en Filosofía y Letras, hablando y escribiendo perfectamente inglés y francés. Excelente
trabajadora, habiendo obtenido unos muy buenos resultados en su gestión al
frente del Departamento de Recursos Humanos, resolviendo cualquier situación de
una manera positiva tanto para la empresa como para los trabajadores.
Autora de un
libro escrito y publicado con el título: “No te dejes vencer”
Su contrato
fue rescindido al llegar la edad de jubilación.
Al final del
informe había una nota en anexo, que decía:
“En el año
1985, la dirección de la empresa, la ofreció cambiar su contrato de FreeLancer
por un contrato fijo, pero Doña Amanda declinó el ofrecimiento alegando que ese
puesto se lo dieran a un padre de familia responsable de dos hijos, que estaba
esperando desde hacía tiempo poder rehacer su vida”
Intenté
localizarla pero pareciera que Pachamama se la hubiese tragado, ya que nunca
más supe de ella.
Aunque ahora
sé que cuando se cumplan esos cien años de contrato con mi esposa en la tierra,
la encontraremos en el único lugar del Universo donde un ser humano como Amanda
pueda estar…
En el Cielo…
Afirmada en el Señor…
Dórigo Alegezzo
Nota: Todos
los derechos de autor, debidamente protegidos en el Registro de la Propiedad
Intelectual de Madrid.
Donde se habla de la generosidad...
Código:
1302084563303
Fecha 08-feb-2013 16:07 UTC