Sophie, tiene doce años y regresa a casa en el autobús
escolar, después de cumplir con los exámenes trimestrales. Su madre, espera en
la parada como habitualmente hace cuando, de repente, escucha una explosión y
observa aterrorizada cómo el autobús revienta desde su interior. Cae al suelo
semi desmayada y comienza a arrastrarse por el asfalto hacia el autobús calcinado.
Llora desesperadamente y tiene una sensación de terror en su estómago.
Presiente lo peor…
Sabe que ninguna vez volverán esas miradas cómplices
en las que se hablaban de lo mucho que se querían. Que Sophie jamás obtendrá el
título de arquitectura que tanto deseaba y que nunca podrá conocer a sus hijos.
Piensa que mañana saldrán en los noticieros y que
todas las cadenas de televisión emitirán durante varios días los pormenores del
atentado. Que sus rostros y sus nombres aparecerán en las portadas de todo el
mundo. Que los funerales serán visionados por cientos de miles de espectadores
atónitos. Después… sólo quedará el vacío.
Es
la consecuencia de un acto terrorista.
¡Sophie! ¿Cuál es tu pecado? ¿Y el mío?
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Te colocas debajo de las bombas que caen sobre una
ciudad, un pueblo o un “poblacho” musulmán y te conviertes en ese padre o madre
que ve cómo se derrumba un muro de tu precaria vivienda y aplasta a Haifa, tu
hija de 7 años. Sales con ella a la calle, en tus brazos, rota, desgajada y con
los ojos abiertos, como una muñeca de trapo. Y gritas y maldices y vas
corriendo detrás de los aviones pidiendo explicaciones en alaridos que
traspasan los sentidos. Te vuelves loco. Ya no hay ilusiones. Haifa, no podrá
estudiar la música ni la danza que tanto anhelaba; no conocerá el amor y
también le han arrebatado su descendencia. Tú, tampoco serás abuelo, ni podrás
reír jamás en tu vida, porque te han robado lo que más querías.
De Haifa no se sabrá nada, porque los noticieros solo
darán una breve reseña en los telediarios y pasarán a otra historia. Mientras,
los terroristas uniformados, con licencia internacional para matar, bien
alimentados, con excelentes salarios al final de cada mes y sus familias a
salvo, siguen su sendero de muerte y destrucción, dejando regueros de vacío, de
la nada…
Sólo
es un daño colateral… sólo eso…
¡Haifa…!
¿Cuál es tu pecado…? ¿Y el mío?
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¡Donald Trump ha vendido 400 mil millones de dólares
americanos a Arabia Saudí…!
¿No existe un
organismo internacional que impida estas transacciones?
Ahora, vamos a ver cuántos muertos nos cuesta esto.