jueves, 18 de enero de 2018



Sophie, tiene doce años y regresa a casa en el autobús escolar, después de cumplir con los exámenes trimestrales. Su madre, espera en la parada como habitualmente hace cuando, de repente, escucha una explosión y observa aterrorizada cómo el autobús revienta desde su interior. Cae al suelo semi desmayada y comienza a arrastrarse por el asfalto hacia el autobús calcinado. Llora desesperadamente y tiene una sensación de terror en su estómago. Presiente lo peor…
Sabe que ninguna vez volverán esas miradas cómplices en las que se hablaban de lo mucho que se querían. Que Sophie jamás obtendrá el título de arquitectura que tanto deseaba y que nunca podrá conocer a sus hijos.
Piensa que mañana saldrán en los noticieros y que todas las cadenas de televisión emitirán durante varios días los pormenores del atentado. Que sus rostros y sus nombres aparecerán en las portadas de todo el mundo. Que los funerales serán visionados por cientos de miles de espectadores atónitos. Después… sólo quedará el vacío.
Es la consecuencia de un acto terrorista.
¡Sophie! ¿Cuál es tu pecado? ¿Y el mío?

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Te colocas debajo de las bombas que caen sobre una ciudad, un pueblo o un “poblacho” musulmán y te conviertes en ese padre o madre que ve cómo se derrumba un muro de tu precaria vivienda y aplasta a Haifa, tu hija de 7 años. Sales con ella a la calle, en tus brazos, rota, desgajada y con los ojos abiertos, como una muñeca de trapo. Y gritas y maldices y vas corriendo detrás de los aviones pidiendo explicaciones en alaridos que traspasan los sentidos. Te vuelves loco. Ya no hay ilusiones. Haifa, no podrá estudiar la música ni la danza que tanto anhelaba; no conocerá el amor y también le han arrebatado su descendencia. Tú, tampoco serás abuelo, ni podrás reír jamás en tu vida, porque te han robado lo que más querías.
De Haifa no se sabrá nada, porque los noticieros solo darán una breve reseña en los telediarios y pasarán a otra historia. Mientras, los terroristas uniformados, con licencia internacional para matar, bien alimentados, con excelentes salarios al final de cada mes y sus familias a salvo, siguen su sendero de muerte y destrucción, dejando regueros de vacío, de la nada…
Sólo es un daño colateral… sólo eso…
¡Haifa…! ¿Cuál es tu pecado…? ¿Y el mío?

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¡Donald Trump ha vendido 400 mil millones de dólares americanos a Arabia Saudí…!
 ¿No existe un organismo internacional que impida estas transacciones?
Ahora, vamos a ver cuántos muertos nos cuesta esto.[dag1] 


 [dag1]Puesto en Face el 25.5.2017

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